Mientras la bandera soviética se erguía sobre el Kremlin y el mundo se apresuraba a emular el “último Gobierno humano” encarnado en la democracia liberal occidental, John Fairbank, un destacado historiador de Harvard experto en China, desafiaba la clamorosa narrativa del “fin de la historia” y opinaba que “ningún modelo extranjero podía ser adaptado a la situación china”. Creía que “el creativo pueblo chino tendría que hallar su salvación a su manera”.
En la actualidad, ese camino ha sido trazado, ya que Beijing promulgó formalmente una idea conocida como el “camino chino hacia la modernización” en una serie de eventos políticos clave recientes. Este concepto no sólo fue usado para definir la exitosa historia de China en las últimas décadas, sino que también constituye una plataforma rectora que guía el desarrollo del país en los años por venir.
Se trata de un momento decisivo. La segunda mayor economía del mundo sostiene abiertamente que su propio modelo de modernización contribuye a “la exploración de un mejor sistema social para la humanidad”. Está lista para inspirar al mundo en desarrollo a que busque sus propios caminos de desarrollo más allá de un punto de referencia determinado.
Pero también es un momento que incita a una hostilidad injustificada, ya que Washington se esfuerza por reactivar una nueva cortina de hierro. La creciente popularidad de este nuevo lema político, “el camino chino hacia la modernización”, ha sido percibida por muchos como un intento de Beijing de desafiar activamente la supremacía occidental en el poder discursivo y, por extensión, el orden mundial de pax americana. ¿Pero realmente este camino conducirá a una divergencia global? ¿El mundo podría quedar dividido de nuevo en dos bandos que sigan caminos de desarrollo contrapuestos?
CAMINO PROPIO
La historia tiene coincidencias, pero es posible que no se repita. Por tentador que resulte establecer un paralelismo entre la disposición geopolítica actual y una rivalidad bipolar al estilo de la Guerra Fría, las ideas que Beijing promueve en nombre del “camino chino hacia la modernización” son mucho más que una antítesis del Consenso de Washington. El nuevo camino chino está destinado a abrirse paso a través del paradigma completo de las confrontaciones mundiales entre bloques con valores compartidos.
A principios de este año, la administración Biden organizó otra sesión de prédica altamente selectiva llamada “Cumbre por la Democracia”. Era parte de la maquinación de Washington para intensificar aún más su influencia en el terreno moral mundial. Para contener a los opositores autodesignados de Estados Unidos, este país instó a sus aliados europeos con valores compartidos a cerrar filas, y a los asiáticos a ampliar sus conexiones militares. Los líderes occidentales incluso empezaron a coquetear con la idea de una “OTAN global”. Esa coerción colectiva equivale a lo que Washington entiende como “esfuerzos multilaterales” para hacer cumplir sus propias interpretaciones de las normas internacionales.
Aquí es donde Beijing parece diferir. Beijing defiende un mundo multilateral que se basa en el principio de la elección independiente y en la no alineación. Al ampliar la respuesta china a la modernización, Xi Jinping presentó la Iniciativa de Civilización Global a los líderes de los partidos políticos mundiales en una reunión celebrada en marzo, en la que pidió respeto a la diversidad de civilizaciones. En lugar de presionar a los demás para que copien totalmente el modelo propio de China, Xi reiteró que “es el pueblo de un país el que está en mejor posición de decir qué tipo de modernización es más apropiado para él”.
Estas declaraciones hacen recordar otros momentos en los que el enfoque de China se presentó como una alternativa viable. En 2004, Joshua Cooper Ramo acuñó el término “Consenso de Beijing”, que fue descrito como una estrategia de desarrollo centrada en reformas innovadoras. Y tras el tsunami financiero mundial de 2008, el “Modelo de China” fue ampliamente debatido como una potencial cura ecuménica para los fracasos institucionales neoliberales. Sin embargo, Beijing nunca avaló oficialmente una configuración de China que exhiba valores universales, hasta la promulgación del “camino chino hacia la modernización”.
Beijing rechaza ahora inequívocamente la narrativa de la evolución lineal de las sociedades humanas. Y, sobre todo, el concepto de una modernización al estilo de China ha ofrecido una prueba irrefutable al mundo en desarrollo de que un enfoque endógeno para modernizarse podría funcionar realmente.
Al participar activamente en el proceso de globalización, China nunca se permitió una caída libre neoliberal, sino que impulsó reformas políticas experimentales para inducir cambios graduales. Como el mayor socio comercial de más de 120 países y regiones, China se ha convertido ahora en el único país del mundo en abarcar todas las categorías industriales. La mayor economía del mundo, sólo superada por Estados Unidos, construye actualmente el tren de alta velocidad más largo del mundo, dejó huellas en la cara oculta de la Luna y erradicó la pobreza absoluta en un país de 1.400 millones de habitantes.
El efecto ejemplar es asombroso. El éxito de China alentó a más naciones en desarrollo a percatarse de que en realidad tienen derecho a experimentar su propio modelo de desarrollo. Indonesia, un país que según las previsiones del FMI será una de las 20 economías de más rápido crecimiento en 2023, criticó con vehemencia el régimen neoliberal por atrapar al sur del mundo, y la mayor nación de la ASEAN se ha mantenido firme en su propia visión para hacer crecer la economía. Adhiriéndose a su prioridad de estabilidad y crecimiento económico, Ruanda promovió una reconciliación nacional después del genocidio y creó un milagro económico extraordinario en el continente africano.
Y como gigante económico en ascenso, Beijing ha evitado durante mucho tiempo las alianzas militares. En su lugar, China forja una variedad de asociaciones independientemente de sus contextos culturales o inclinaciones políticas. Este método de colaboración alienta a los subdesarrollados a poner a prueba su propia configuración de modernización, tal y como ha hecho China. Como dijo el Presidente keniano Uhuru Kenyatta, “nuestra asociación con China no es una asociación basada en que China nos diga lo que necesitamos; es una asociación de amigos que trabajan juntos para cumplir la agenda socioeconómica de Kenia”.
El enfoque de China basado en el consenso, representa un marcado contraste respecto a la actitud de Washington de autocontemplación y de postura ética. Y más países han empezado a preguntarse si se justifica la concepción que tiene Occidente del mundo, junto con el orden jerárquico internacional construido sobre ella. Las palabras del presidente chileno, Gabriel Boric Font, reflejan un sentimiento ampliamente compartido: “hay que dejar de crear organizaciones en función de las afinidades ideológicas de los mandatarios de turno”. A medida que la línea divisoria ideológica se hace menos reconocida, se está formando un mundo multipolar.
DESPUÉS DE LA HEGEMONÍA
Pero, ¿es necesariamente una mala noticia para Estados Unidos que China ayude a profundizar más la tendencia de multipolarización?.
El asunto es que ya no existe un orden unipolar, aunque la administración Biden siga dedicada a resucitarlo, como explicó Stephen Walt en un reciente artículo. Además de China, economías emergentes en otras partes del mundo han crecido con relativa fuerza, y también se han cansado cada vez más de un régimen internacional que menosprecia sus papeles. Los mecanismos multilaterales fuera del “jardín” de Occidente como el BRICS están afiliando a más miembros serios que están decididos a alzar la voz. El presidente brasileño Luiz Inácio Lula pidió un orden global “pacífico y basado en el diálogo, el multilateralismo y la multipolaridad”. Se han encontrado muchos espíritus similares en Asia, África, América Latina e incluso Europa.
Además, Estados Unidos ha sido demasiado sobredimensionado para un sistema unipolar, y fracasa en muchos frentes para proporcionar el bien público que se espera de un jefe supremo benevolente. Su influencia hegemónica se dilapidó en dos costosas guerras en Afganistán e Irak. Una de ellas acabó en un fiasco similar al de Saigón. Y la otra no trajo la paz y la democracia que prometió, sino que incitó a la violencia popular y exacerbó una guerra fría regional entre Teherán y Riad. En su lugar, se logró una improbable distensión entre Arabia Saudí e Irán a través de la intermediación de Beijing, y el hecho de que este nudo gordiano se deshiciera sin la participación de Washington ha dejado salir el gato de la bolsa: en Medio Oriente, y quizá en muchas otras partes del mundo, la intromisión de Estados Unidos es parte del problema, no su solución.
El ascenso de un orden multipolar es inevitable, le guste a Washington o no. Y a medida que la dinámica de poder mundial se desplace hacia él, el mundo aceptará diferentes tipos de modelos de gobernanza tan diversos hasta el punto de que ninguno en particular podrá afirmar con seguridad que es la ortodoxia. El “camino chino hacia la modernización” podría inspirar una fuerza estabilizadora luego de la hegemonía estadounidense.
En primer término, esta plataforma política clave, que probablemente se arraigue en los próximos años, mantendrá a China como una potencia del statu quo. Al estar consagrado como uno de los cinco pilares del “camino chino hacia la modernización”, el desarrollo pacífico ha sido, y seguirá siendo, el principio dominante de Beijing para abordar los asuntos exteriores. En las últimas décadas, China se ha distanciado de las aventuras militares o de cualquier forma de pactos colectivos de seguridad. La paz es el requisito del milagro económico de China, como han reconocido generaciones de líderes chinos. El presidente Xi reafirmó recientemente el compromiso del país diciendo: “sea cual fuere su fase de desarrollo, China nunca pretenderá la hegemonía o expansión”. Esto significa que China no sólo defiende un orden multipolar, sino que también prefiere una evolución pacífica en esa dirección, a diferencia de muchas transiciones de poder en la historia que terminaron en enfrentamientos apocalípticos.
En segundo lugar, este modelo de Chino se ciñe a una política de apertura. Se espera que China represente un tercio del crecimiento económico mundial en 2023, dijo Kristalina Georgieva, jefa del Fondo Monetario Internacional. “La economía de China es importante no sólo para sí misma, sino para el mundo”. Sería el peor de los escenarios posibles para el mundo si Beijing escala la guerra comercial que Washington avivó en los últimos cinco años para convertirla en una estrategia nacional proteccionista. Por fortuna, el documento clave que indica el “camino chino hacia la modernización” subraya una estrategia proactiva de apertura. Esto ayudará a facilitar el libre flujo de bienes, de capital, de información y de otros elementos para estimular la recuperación económica mundial post-Covid. Con el repunte de la interdependencia entre naciones, es menos probable que el mundo se fracture en bandos de facciones que envenenen el proceso de multipolarización.
En tercer lugar, la idea que Beijing promueve lo convertirá en un proveedor aún más activo de bienes públicos. China fomenta la diversidad, pero se requiere promover una transición armónica hacia la diversidad. Se calcula que las economías emergentes necesitan 66 billones de dólares para invertir en infraestructura de aquí al año 2030. La Iniciativa de la Franja y la Ruta de China ya ha tomado la delantera en el impulso de infraestructura mundial en los últimos diez años, y se reporta que el valor total de los proyectos relacionados alcanzó los 4,3 billones de dólares en 2020. El ambicioso plan, junto con nuevas instituciones de gobernanza global como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) y el Nuevo Banco de Desarrollo, están destinados a modificar la división global del trabajo que solía favorecer en gran medida al mundo desarrollado. Y el enfoque no intervencionista de China ayudará a promover varios modelos de desarrollo aplicados al contexto de cada país durante el proceso de modernización global.
Para Estados Unidos, que gradualmente pierde su control de hegemonía, y para el mundo, el “camino chino hacia la modernización” puede demostrar ser el menos conflictivo y el más compatible con el actual régimen internacional, entre muchos otros que están por surgir. La propia elección de China de su desarrollo no está creando una divergencia en el mundo, sino agilizando un orden multipolar viable después de la hegemonía.
EL LADO CORRECTO DE LA HISTORIA
Sin embargo, la multipolaridad es una realidad que Estados Unidos no está dispuesto a reconocer y se muestra renuente a adaptarse a ella.
Luego de haber estado demasiado tiempo en la cima de la pirámide, las élites políticas de Washington se han convencido a sí mismas de la profecía autocumplida de la ciudad en la colina. Para dar sentido a la pérdida de dominio de Estados Unidos, la mayoría de ellas han llegado a confundir una tendencia global hacia la multipolaridad con la supuesta amenaza de China, que irónicamente se ha convertido en el último vestigio de consenso bipartidista en la actual política altamente polarizada de Estados Unidos.
El antagonismo se manifiesta en acciones. Empezando con una guerra comercial, pasando por el bloqueo tecnológico y llegando a la reciente persecución de Tik-Tok, Washington sigue expandiendo la definición de seguridad nacional y usándola para amplificar la paranoia acerca de China. Lo mismo sucede respecto al posicionamiento de la Casa Blanca sobre China en la estrategia nacional estadounidense. Mientras que hace 20 años China seguía siendo considerada una “interlocutora”, ahora es descrita como una “competidora estratégica” y como “un desafío para el orden internacional basado en reglas”. Entre tanto, también han adquirido prominencia las teorías conspirativas de que la idea de multipolaridad ha sido una maquinación de China para subvertir el sistema global dominado por Estados Unidos. Para la clase política estadounidense, de izquierda o de derecha, el desarrollo pacífico de China bajo sus propios términos simplemente es una narrativa que está más allá del ámbito de lo posible.
Tal noción equivocada ahora podría tener consecuencias fatales. Los funcionarios y generales estadounidenses de alto rango empezaron a hablar de una guerra con Beijing en cuestión de años. La histeria ha sido incrementada aún más por los medios de comunicación dominantes a través de la tergiversación hiperbólica de la actitud de China hacia la guerra. La posición agresiva, que está empujando a las dos mayores potencias militares a nivel mundial al borde del conflicto, parece ser más una respuesta freudiana al temor de Estados Unidos a un mundo multipolar que mine su hegemonía que a su temor a China.
Hace unos 20 años, Condoleezza Rice afirmó orgullosamente que Estados Unidos estaba “en el lado correcto de la historia”, debido a que el interés estadounidense podía ser promovido a través de esfuerzos multilaterales. Sin embargo, como lo evidencia el nuevo estilo de China, muchos consideran que la historia no ha terminado y se busca además del multilateralismo un mundo multipolar. Ahora se requiere coraje y sabiduría para que los estadistas estadounidenses se ubiquen en el lado correcto de la historia en su nuevo capítulo.