La Universidad de Wageningen, en los Países Bajos, informó este lunes que un grupo de científicos sugirió que algunas clases de hongos pueden controlar las mutaciones espontáneas que ocurren en su red de filamentos parecidos a las raíces de las plantas, conocido como micelio, lo que les permite vivir cientos de años sin padecer de cáncer.
El cáncer es una enfermedad ocasionada por ciertas alteraciones en los genes que provocan que las células de un organismo se reproduzcan descontroladamente. Se piensa que las criaturas grandes y longevas, como los elefantes, deberían tener un mayor riesgo de desarrollar cáncer en comparación con aquellas más pequeñas y efímeras, como los ratones.
No obstante, el científico Richard Peto propuso en 1975 que no hay relación entre el tamaño corporal del animal y la amenaza de contraer la afección genética a lo largo de su vida. Este planteamiento, nombrado como ‘paradoja de Peto’, indica que las especies de larga vida tienen más mecanismos para combatir el cáncer que aquellas que viven menos.
En un estudio de la universidad neerlandesa, recientemente publicado en la revista Microbiology and Molecular Biology Reviews, se planteó que los hongos longevos y de crecimiento lento usaban un tipo especial de división celular, llamada ‘conexión de abrazadera’, para detectar las mutaciones egoístas que causan una variación de cáncer en sus filamentos (hifas).
Este mecanismo es propio de los agaricomicetos (hongos formadores de esporas), que se caracterizan por tener un dicarión, es decir, un micelio formado por hifas con dos núcleos haploides genéticamente distintos.
Las mutaciones en cualquiera de los núcleos despojan al micelio afectado de su capacidad para fusionar sus hifas entre sí, por lo que esta estructura terminará dominando al hongo, impidiendo que este genere otro hongo igual. De acuerdo con el investigador Duur Aanen, estas alteraciones genéticas se pueden pensar “como una especie de ‘cáncer de núcleo’”.
En la ‘conexión de abrazadera’, uno de los núcleos haploides de la hifa se interna en una bahía de espera hasta que la célula pueda comprobar su calidad, además de que la fusión entre hifas sea posible. “Ambos núcleos [están] probándose continuamente entre sí la capacidad de fusionarse, una prueba en la que fallan los núcleos con mutaciones en los genes de fusión”, explicó Aanen.
Asimismo, aseguró que “si la célula no puede fusionarse, significa un callejón sin salida para la célula y, por lo tanto, el final de su núcleo”. “Por lo tanto, argumentamos que los micelios tienen un riesgo constante y bajo de cánceres de núcleo, independientemente de su tamaño y vida útil”, concluyó.