FERRERA Y SILVETI SALEN EN HOMBROS.
Este viernes, la plaza de toros “Alberto Balderas” de Ciudad Juárez, vivió una noche mística, cargada de una energía contemplativa con un ambiente desbordante por parte de los aficionados, que registraron tres cuartos de entrada, en un festejo en el que por momentos la llovizna y el viento se hicieron presentes. Ninguna de estas dos condiciones impulsó a la gente a moverse de sus asientos, pues parecía que ya todo estaba escrito.
La esperada corrida, inició a las 8 de la noche. El español Antonio Ferrera, Diego Silveti e Isaac Fonseca, encabezaron la procesión, venerando a la Virgen de Guadalupe en un escenario que estaba en penumbras, pero que brillaba con la luz de las velas encendidas y los destellos de quienes vestían en oro y plata.
El encierro de Xajay, parejo en su presentación y de muy bonitas hechuras, no decepcionó y respondió con creces a la elección que hizo su propietario Javier Sordo para este festejo. Destacaron los corridos en primer lugar, que fue indultado, el segundo que mereció la vuelta al ruedo y el sexto que fue ovacionado en el arrastre. Tercero, cuarto y quinto no fue posible verlos con claridad, pues el viento sopló con mucha fuerza.
El primer espada, Antonio Ferrera, simple y sencillamente sigue mostrando el porqué, es uno de los mejores diestros de la baraja española, su madurez, su oficio, su técnica, el saber los terrenos que pisa y su personalísima forma de interpretar el toreo, lo llevaron a entender a la perfección las embestidas del toro “Aldebaran” de Xajay.
Con él, Ferrera simplemente dio rienda suelta a su ingenio y creatividad, muletazo de gran temple y hondura por ambos pitones, adornos de buen gusto y remates improvisados en la cara del toro que hicieron delirar al público. La faena fue larga y emotiva y cuando el tiempo se agotaba y había que tirarse a matar, la afición exigió el indulto, que fue concedido. Así el diestro extremeño, dio estruendosa vuelta al ruedo.
En su segundo derrochó voluntad y tuvo algunos pasajes de lucidez que no pudieron crecer por lo molesto que fue el viento.
La suerte estaba echada y el listón muy alto para el resto de la noche, el público excitado y ciertamente agolpado en sus emociones, guardaba cierta incertidumbre de que algo pudiera hacer Diego Silveti, el segundo espada del cartel. Cual seria su asombro, al ver al torero guanajuatense torear de manera magistral con el capote en mecidas verónicas y ajustado quite por gaoneras, con la muleta la actuación de Silveti no tuvo desperdicio, la templanza, el mando y la plasticidad en cada uno de sus muletazos llevaron al clímax a los asistentes que acompañaron el trasteo de Silveti con el grito de torero, torero. Tras culminar con valientes y ceñidas bernardinas y matar recibiendo, el juez le premió con dos orejas y la plaza se volcó para ovacionar a Silveti. En su segundo corrió la misma suerte que su antecesor y el viento solo le permitió mostrar voluntad y conseguir algunos muletazos aislados. Se retiró entre aplausos.
Con estas dos faenas, la llamada corrida de las luces, parecía haber alcanzado su mayor esplendor, cuál sería la sorpresa, que el más joven del cartel Isaac Fonseca, lejos de sentirse apabullado dejó aflorar su carisma y personalidad para ganarse de manera inmediata el afecto y el interés del público. Su faena al tercero de la tarde fue valiente y meritoria, el viento sopló y Fonseca siempre estuvo dispuesto, tan es así, que cortó una oreja.
La noche había estado repleta de emoción y torería, Fonseca tuvo la oportunidad de cerrar con broche de oro y no la desaprovechó. Ya con el cariño de la gente en la bolsa, el torero michoacano dejó aflorar además de su carisma, la valentía, una actitud afanosa hasta conseguir muletazos de gran exposición, quedándose entre los pitones y jugándose la vida sin trucos ni engaños, su trasteo por ambos pitones tuvo estructura y limpieza transmitiendo a los tendidos una gran emoción, el público respondió a la entrega de Fonseca que jaleo con fuerza cada muletazo. Los gritos de torero, torero fueron estruendosos. Tristemente todo se ahogó cuando Isaac Fonseca falló a la hora de oficiar con la espada perdiendo las orejas y el triunfo grande, llevándose tan solo la admiración, el cariño y respeto de la afición.
Al final de la corrida Ferrera y Silveti salieron en hombros de un público enloquecido.