Horas antes de ser asesinado y decapitado, Arcos salió de Chilpancingo en su camioneta sin chófer ni escolta en dirección a la cercana ciudad Petaquillas, de acuerdo con Omar García Harfuch, titular de la Secretaría de Seguridad federal. Iba a una reunión. Nadie volvió a verlo con vida. Unos días después del homicidio, cientos de personas vestidas de blanco marcharon por las calles, muchas, con lágrimas en los ojos gritando ‘¡No más violencia!’ en Chilpancingo, la capital de Guerrero.
Alejandro Arcos Catalán abrazó durante su campaña la bandera de la paz para la capital de Guerrero, disputada por ‘Los Ardillos’ y ‘Los Tlacos’, dos organizaciones criminales locales dedicadas al narcotráfico y a la extorsión. “¡Juntos tendremos la oportunidad de salvar a Chilpancingo!”, gritó en las calles y plazas públicas. Abanderado por la alianza PAN-PRI-PRD, derrotó a Morena en las urnas por menos de dos mil votos. La muerte de Arcos Catalán no sólo cimbró a Chilpancingo, lo hizo en todo el país. Su caso llegó a las portadas de los diarios nacionales e internacionales y también tuvo un impacto en la estrategia de seguridad implementada por la nueva administración de Claudia Sheinbaum.
Al menos 250 militares fueron desplegados en sus calles, las cuales ya estaban plagadas de elementos de la Guardia Nacional y de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) tras las inundaciones provocadas por el huracán “John” y por la propia inseguridad que caracteriza a la región. Arcos, oriundo de Chilpancingo o Chilpo , como le dicen sus habitantes, tenía 43 años cuando ganó la alcaldía de la capital de Guerrero.
Él único cargo público en el que se había desempeñado hasta entonces fue en el Congreso de Guerrero, como diputado local. De acuerdo con el último informe de seguridad federal presentado por la administración de Andrés Manuel López Obrador, Chilpancingo es una de las 50 ciudades más violentas de México: ocupa el lugar 27. Las células delictivas ya no solo se ocupan de la producción y distribución de drogas. En los últimos años, el cobro de piso y las extorsiones a transportistas han acaparado la atención de las autoridades, sin avances favorables al respecto.
Los grupos criminales que protagonizan la violencia en Chilpancingo utilizan prácticas de terror, como la decapitación, para amedrentar a los políticos de la región para que formen parte de su sinergia delictiva. A través del miedo, han logrado que se les entreguen direcciones de la policía, de tránsito, de fiscalización; en ocasiones hasta el manejo del presupuesto de obra pública, además del control de los mercados.