Los relatos del mundo pueden caber en una taza de té, también los de familia; es más, hasta los de una mujer. Esto es algo que tiene muy presente la escritora y doctora en literatura Ethel Krauze, quien acaba de publicar su libro más íntimo; se trata de Samovar, un texto en el que recorre más de un siglo a través las voces femeninas que son protagonistas de su ficción, pero también de su vida.
En entrevista con Leamos, la escritora revela qué hay detrás de aquel emblema de la cultura rusa, ese recipiente metálico en forma de cafetera, llamado samovar, que se utiliza para la preparación de infusiones. Un objeto que, junto a sus “ancestras”, la inspiró para escribir sobre sus memorias en forma de novela en la que recorre momentos históricos, desde la Rusia zarista, pasando por los años previos a la Segunda Guerra Mundial y hasta México, en el departamento de su abuela.
La autora explicó que Anna (La Bove), Lena (la Tutta) y Modesta son el reflejo de tres destinos que vencieron lo imposible y se convirtieron en sobrevivientes y testigos del tiempo previo al siglo XXI, aunque el relato de “Samovar” llega hasta los tiempos de la pandemia con la nieta. “Es una historia compuesta con minúsculas historias de vida de seres comunes y corrientes que van y vienen en, que sufren, trabajan, aman y viven sus dramas”.
Krauze explica que la novela es una reconstrucción apegada a sus entrañas como escritora y a las vivencias de aquel pacto con su abuela, La Bove; surge de aquella tradición de ir a comer cada miércoles a casa de Anna, y cómo los retazos de historia brotaban entre platillo y platillo, conversaciones que contenían pasajes y peripecias de muchas vidas.
Ethel recuerda que aquellos miércoles de comida, se convirtieron con el paso del tiempo en momentos para hacer las notas que le dieron forma a esta novela, que va más allá de un relato muy personal, en la entrevista con Infobae (Leamos), la escritora comparte que no solo es un relato familiar, sino generacional y que va más allá de una herencia patrimonial, sino que son un legado de historias llenas de espíritu, fuerza, destino con sentido de sobrevivencia, pero también de pertenencia para ella.
“Todo eso que viví junto a mi abuela está representado en el Samovar, aquella tetera que se usa a en los hogares rusos como un artefacto indispensable porque es como la estufa, mantiene el calor, literalmente. Las personas se la pasan tomando un té negro muy cargado y calientísimo porque así se están calentando de esos fríos terribles”, dijo Ethel Krauze para Leamos.
Comparte que lo único que La Bobe llevó a México de su vida en Rusia, además de sus hijos (entre los que estaba el padre de la escritora), fue su samovar. Explica cómo este artefacto representa tanto de su historia familiar, personal e, indirectamente, de la colectiva. “Yo siento que soy un personaje histórico, como todos, pues nos sentimos en medio de una gran guerra, que no sabemos dónde va a acabar o si vamos a sobrevivir”. La escritora asegura que su abuela fue salvada por su samovar y Krauze necesita uno propio, esta novela.
La lectura de Samovar da cuentas de la Rusia zarista, la Revolución bolchevique, la Primera Guerra Mundial, el nazismo y Segunda Guerra Mundial. Pero también de “las migraciones, no la gente que tiene que irse de un país a otro, sino no los que tienen que escapar de Siria, de las guerras; los indocumentados latinoamericanos, mexicanos que se van a América del Norte; los de Nicaragua, Y los que les han quitado la nacionalidad”. La escritora expresa que su novela, a pesar de no contar un personaje célebre, un recorrido entre los claroscuros de las épocas.
¿La figura femenina es el espíritu de Samovar?
Aparecen las mujeres porque son las que relatan, son las que se sientan a la mesa, las que están a la hora del té, cocinando y sirviendo la comida. De ese ritual de conversación entre mujeres, que no es muy común en los hombres. En la mujer, al momento de contar la intimidad, hay una necesidad y yo creo que esto tiene que pasar ya por la escritura. Debemos también rescatar las historias de nuestras “ancestras” porque al mundo le falta el conocimiento de la vida de las mujeres.
¿Es una novela que también encuentra reflejos hasta los tiempos de pandemia?
La pandemia es un paralelismo, como lo pudo ser para mi abuela, la Revolución bolchevique o la Segunda Guerra Mundial o la persecución nazi. Para mí lo que vivimos, fue nuestro evento histórico, porque ha sido global. El virus pobló a todo el a todo el planeta, no y no sabíamos qué iba a pasar. Fue nuestro drama, nuestra tragedia, la mía y la de los que contemporáneos, entonces yo de ahí pude sentirme, que era un personaje histórico.
¿Es también entonces un reflejo de aquellos relatos que componen la multiculturalidad de México?
Es un relato de la mexicanidad en la diversidad. México no es un país uniforme, con una sola lengua, cultura o una sola tradición, ni mucho menos con un solo linaje. Debemos entender que México, como otros países, es una Tierra muy diversa, con muchas lenguas. No solo el español de los pueblos originarios, sino también compuesto por los relatos, lenguas y cultura de los pueblos migrante.
Para el año de 1992, la escritora publicó Cómo acercarse a la poesía, un texto en el que la escritora mostraba memorias de su niñez y adolescencia acompañada de libros, esos textos como formadores de universos. En la entrevista la autora reconoce que no ha dejado de ser esa autora que conserva ese mismo espíritu, “Soy la mujer que escribió Cómo acercarse a la poesía y yo creo que de ahí también aprendí a cómo acercarme al Samovar”.