¿CÚANTO CALOR ES DEMASIADO? ASÍ REACCIONAMOS A LAS TEMPERATURAS EXTREMAS

Hablar del tiempo puede ser una estupenda forma de romper el hielo con un entrevistado, pero cuando España atraviesa una ola de calor abrasadora y al otro lado de la pantalla aparece Lewis Halsey, la cháchara intrascendente cobra una pátina científica. Este profesor de Ciencias de la Salud de la Universidad de Roehampton (Londres) acaba de publicar un estudio en el que señala la temperatura crítica para el ser humano, entre los 40 y los 50 °C. Su experimento comparó la tasa metabólica en reposo de 13 participantes a temperatura ambiente y a 50ºC (con un 25% de humedad).

También se registraron la temperatura cutánea y rectal, así como la frecuencia cardiaca. La finalidad era comprender las temperaturas a las que empieza a aumentar el metabolismo humano y cómo varía entre distintas personas. Su estudio fue presentado ayer miércoles, en una conferencia en la Society for Experimental Biology.

En el momento de iniciar la entrevista, el científico disfruta de un tiempo primaveral, con 23 grados, mientras que su entrevistador soporta unos asfixiantes 36. “Sí, es bastante alto. Pero el de Madrid es un calor seco. Si estuvieras en la calle, desnudo y en reposo, tú estarías en la zona termoneutral. Yo no”, explica. “Aunque claro, probablemente te detendrían”, añade entre risas. Halsey define la zona termoneutral como el intervalo de temperaturas dentro del cual la tasa metabólica se encuentra en niveles de reposo. Cuando el cuerpo está descansado, pero con todo en marcha y listo para arrancar, como un motor al ralentí.

La zona termoneutral se sitúa entre los 28 y los treinta y pico grados, siempre que la persona esté desnuda o semidesnuda, pues “la ropa crea un microclima que cambia todo”, explica Halsey. La vaguedad a la hora de fijar el rango superior es normal, es precisamente lo que intenta determinar el experto. Pero es complicado fijar un punto concreto. “Encontramos cambios considerables en las respuestas de la función cardiaca al calor entre categorías de personas, siendo el más novedoso entre sexos”, dice. “Por término medio, hombres y mujeres muestran algunas diferencias clave en sus respuestas cardiovasculares al calor”.

Cuando el entrevistador hace ver que 36 grados son demasiados, para ser considerados termoneutrales, el doctor replica que este rango “no necesariamente se correlaciona a la perfección con las sensaciones de confort”. Tampoco casa a la perfección con las temperaturas problemáticas para la salud por golpes de calor, ni con la deshidratación. “El estudio se hace sobre población en una situación basal ideal, que apenas se da en la vida real”, apunta Alberto Cecconi, cardiólogo en el Hospital Universitario de La Princesa y asesor del grupo de investigación sobre cambio climático en la Sociedad Española de Cardiología. La Organización Mundial de la Salud afirma que la temperatura ambiente óptima para el organismo se encuentra entre los 18 y 24° C. Cuando la temperatura ambiente supera los 35º C, y está acompañada de altos niveles de humedad, puede poner en riesgo la salud. Si alcanza los 40º C puede ser peligroso incluso con niveles bajos de humedad según este organismo.

En este contexto, el cuerpo tiene que tomar medidas para mantener su temperatura, algo que es particularmente difícil. “Cuando bajamos de los 28 grados el cuerpo genera un movimiento corporal para generar calor y contrarrestar la temperatura exterior”, explica Cecconi. “Pero claro, es más difícil generar frío. La forma principal en la que lo hacemos es con evaporación”. El sudor, que sale a nuestra piel y se evapora, baja la temperatura corporal. También hay otros mecanismos como la vasodilatación. “Los vasos sanguíneos alrededor del borde del cuerpo se abren para que la sangre fluya más rápidamente”, añade el profesor Halsey. “Esa sangre está caliente, pero, a medida que se acerca al borde del cuerpo, se disipa por el ambiente externo. Es como si nuestro cuerpo abriera las ventanas para ventilar”. La primera consecuencia, al ser nuestra sangre roja y concentrarse en la periferia del cuerpo, es que se enrojece nuestra piel. La segunda, que nuestro corazón se acelera para bombear sangre a una amplia red de capilares.

Estas reacciones al calor extremo no explican totalmente por qué algunas personas aumentan su tasa metabólica al llegar a estas temperaturas. “Sudar tiene un costo insignificante, la vasodilatación debería hacer que se redujera”, señala Halsey, que sospecha que alguna función más está sucediendo en nuestro cuerpo sin que la ciencia haya sabido detectarla. “Nuestra fisiología, nuestro interior, está haciendo algo en respuesta al calor”, expone el profesor. Aumentar la tasa metabólica puede tener sentido cuando hace frío, señala Halsey, pues hace que aumente la temperatura del cuerpo. “Pero responder al calor, incrementando sus costes energéticos metabólicos, produciendo más calor, es contraintuitivo”.

Por su parte, el doctor Cecconi entiende que “cada vez que estamos sometidos a una situación de estrés, el organismo se activa, ya sea por el frío o por el calor, entramos en una situación de alerta y hay un mayor gasto metabólico”. El presente estudio lo constata, pero no lo explica, “para ello habría que hacer un estudio posterior a nivel celular”.

Hay mucha literatura científica sobre cómo afecta el calor a los deportistas y a los trabajadores. Pero Halsey se ha dedicado a analizar cómo afecta a la gente en reposo, un campo, explica, sobre el que hay “extrañamente, hay muy poco escrito”. Por la poca ropa y el estado de reposo, el científico dice con sorna que su estudio refleja cómo afectaría el calor “a un par de turistas británicos de vacaciones en la Costa del Sol”.

Cecconi, por su parte, señala que esos hipotéticos turistas tienen buena salud, son relativamente jóvenes y no tienen problemas basales. Y que la gente no vive de vacaciones, que trabaja, se mueve, discute y hace ejercicio. “Es interesante ver cómo actúa el cuerpo en determinadas circunstancias, como hace este estudio”, admite. Pero el calor tiene asociados una serie de problemas “como un mayor riesgo de ictus, de infartos, de insuficiencia cardiaca” que el presente análisis no señala.

Por eso, el cardiólogo celebra este estudio, espera la publicación de los sucesivos y lo suma a todo el conocimiento clínico que hay sobre el tema. Apunta también la deshidratación, la insolación y los efectos sobre la contaminación que tiene el calor excesivo.“No podemos centrarnos en un único aspecto y esperar que este lo explique todo”, apunta. “Antiguamente, se decía que somos lo que comemos. Ahora se dice, `´somos lo que comemos, el deporte que hacemos, el aire que respiramos, somos el entorno que nos movemos”.

Los factores ambientales

La medicina no es la única ciencia que explica cómo nos afecta el calor. La sociología, la política y el urbanismo ayudan a entender sus efectos. Cristina Linares y Julio Díaz las estudian desde la Unidad de Referencia sobre Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano, creada en la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III, en Madrid. “Son aproximaciones diferentes”, explica Linares.”Este estudio refleja la aclimatación, todas las especies se aclimatan”, señala. “Pero los humanos podemos suplementarlas con lo que se llama adaptación; con otro tipo de medidas que no son fisiológicas, pero que sí influyen”. De hecho, en los últimos años han sido cruciales para que el ser humano tolere un aumento de las temperaturas cada vez más acusado. “Las especies biológicas se aclimatan a un ritmo, entre el 0′1 o 0′2 grados por década”, explica su compañero, Julio Díaz. “Lo que ocurre es que la temperatura está subiendo a un ritmo superior. En España, según los estudios, aumenta a un ritmo de 0,47 grados por década”.

De esta forma, gracias a la adaptación, se produce la paradoja de que, aunque en los últimos años haya aumentado el calor, se están reduciendo las muertes asociadas. Entre 1983 y 2003, la mortalidad aumentaba un 14% por cada grado que superaba la temperatura considerada ola de calor. Entre 2004 y 2013, sin embargo, la mortalidad subió menos de un 2% por cada grado. El principal responsable es el plan nacional que se activó desde entonces —y en el que colaboraron ambos expertos— todos los veranos, con recomendaciones y concienciación.

La edad puede hacer que ciertas personas sean más vulnerables a las olas de calor, pero la clase, aseguran estos expertos, tiene un valor igualmente determinante. “No pasa una ola de calor de la misma forma un hombre de 70 años que tiene su chalet con aire acondicionado y piscina, que cómo la pasan cinco inmigrantes, hacinados en un piso pequeño, en un edificio viejo y sin aire”, señala Díaz. Esto explicaría por qué, según sus estudios, los distritos madrileños de Puente de Vallecas y Carabanchel, son los más pobres y los que más sufren las olas de calor en la capital. “La pobreza es un factor de riesgo”, explica Linares. Y en esta segregación por barrios influye también el que los edificios estén o no rehabilitados o que haya accesos a zonas verdes.

Las casas son importantes, pero los barrios también. Por eso, estos dos expertos destacan la importancia de crear parques (y de mantenerlos abiertos al público durante las olas de calor) en la ciudad. “Si queremos adaptarnos, con un calor cada vez más intenso dentro de las ciudades, tenemos que transformar las ciudades”, apunta Linares. “Y en esto la cobertura vegetal es básica, porque es una de las soluciones más sencillas”.

Su compañero refrenda esta idea, matizando que debe analizarse el caso de cada ciudad de forma individual, y no trasladar los planes de una a otra, pues la población de A Coruña, sus edificios, sus calles; no afrontan el calor de la misma forma que lo hacen en Jaén. “Estudios locales y respuestas locales a un problema global”, señala Díaz. “Hay que enfrentar el calentamiento desde un punto de vista integral. No podemos hablar solo de un plan ante altas temperaturas. Hay que analizar qué pasa con la contaminación, qué pasa con los incendios forestales. En general vamos a mejor, pero hay que tener en cuenta todos los riesgos asociados que conlleva el calor”.

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