Una de las teorías más aceptadas sobre el origen de la vida en la Tierra sugiere que esta comenzó durante el eón Hádico, hace entre 4.000 y 4.550 millones de años. Sin embargo, las condiciones ambientales que contribuyeron a iniciar los procesos químicos que la originaron han sido objeto de debate durante décadas.
En este contexto, una reciente investigación realizada por un equipo internacional de científicos sugiere que los primeros componentes básicos de la vida en la Tierra pudieron haberse formado gracias a erupciones de nuestro Sol, de acuerdo a la NASA.
Desde finales del siglo XIX, se ha especulado sobre la posibilidad de que la vida se originara en pequeños estanques de agua rica en sustancias químicas, en una mezcla conocida como ‘sopa primordial’ en la que, al ser energizada por rayos, calor y otras formas de energía, se produjeron las reacciones que formaron moléculas orgánicas, conocidas como aminoácidos.
En la década de 1950, el profesor de la Universidad de Chicago Stanley Miller intentó recrear las condiciones primordiales en el laboratorio, en un experimento llamado Miller-Urey. Tras llenar una cámara cerrada con metano, amoníaco, agua e hidrógeno molecular, elementos predominantes en la atmósfera primitiva terrestre, y energizarla con una chispa eléctrica para simular un relámpago, descubrió que se habían formado 20 aminoácidos diferentes.
Sin embargo, recientes investigaciones proponen que la cantidad de amoníaco y metano que había disponible en la atmósfera primitiva era mucho menos abundante; y que en su lugar había mayores concentraciones de dióxido de carbono y nitrógeno molecular, que requieren más energía para descomponerse y producir aminoácidos.
Según detallan los autores del estudio, publicado en la revista Life, los expertos probaron la hipótesis de que la fuente de energía que dio origen a los compuestos orgánicos provenía de las partículas solares. Para ello, reprodujeron en dos ocasiones el experimento de Miller-Urey, la primera íntegramente, mientras que en la segunda utilizaron protones como fuentes de energía, para simular las partículas solares.
Tras comparar los resultados de ambas pruebas, descubrieron que con concentraciones bajas de metano (0,5 %) la mezcla energizada con protones producía cantidades detectables de aminoácidos y ácidos carboxílicos, a diferencia de la que recibió descargas eléctricas, como en el experimento original, que requirieron concentraciones del 15 % antes de que se formara en ella algún aminoácido.
Según explica Vladimir Airapetian, coautor de la investigación, las partículas solares parecen ser una fuente de energía más eficaz que los rayos, ya que en la Tierra primitiva, debido a las condiciones ambientales, no hubieran tenido la potencia necesaria para desencadenar las reacciones químicas para generar aminoácidos.
“Estos experimentos sugieren que nuestro joven y activo Sol podría haber catalizado los precursores de la vida más fácilmente, y, quizá, antes de lo que se suponía”, comentó el investigador.