LAS FAUCES DE LOS ‘TYRANNOSAURUS REX’ ESTABAN PROTEGIDAS POR LABIOS SIMILARES A LOS DE LOS LAGARTOS

Un encarnizado debate de décadas entre paleoartistas y científicos parece que llega a su fin: los Tyrannosaurus rex tenían labios. O, en su defecto, un tejido blando que recubría y humedecía sus dientes, además de protegerlos del exterior. Así, su representación de perfil es menos similar a la de los cocodrilos contemporáneos, famosos por sus fauces con los colmillos hacia afuera, y podrían estar más emparentados con los lagartos actuales.

La nueva investigación que aclara esta incógnita ha sido liderada por Robert Reisz, paleontólogo de la Universidad de Toronto (Canadá), especializado en el estudio de la evolución de los tetrápodos. Su trabajo, publicado recientemente en la revista científica Science, acaba así con una de las representaciones más icónicas de los dinosaurios, como es el caso del T-Rex y su asociación con la ya mítica saga Parque Jurásico (1993), que dirigió Steven Spielberg basándose en el trabajo del científico y escritor de ciencia ficción Michael Crichton.

Pese a la popularidad de la película en el imaginario popular, la discusión sobre los labios de los dinosaurios data al menos del siglo XIX. “Hay una fascinación cultural con que los T-Rex sean feroces monstruos y para nosotros eso significa dientes largos”, aclara sonriente el biólogo desde su casa en Toronto, en una entrevista por videoconferencia. Y aventura: “Ahora creo que, en mi opinión, incluso cuando abrieran la boca, los colmillos de los T-Rex no sobresaldrían tanto”.

De esta forma, los investigadores esperan zanjar una discusión de décadas entre artistas especializados en la ilustración científica y la academia, con la inestimable distorsión que ha provocado la cultura popular alrededor de la fascinante figura de uno de los más conocidos dinosaurios, incluso llegando a generar figuras infantiles con los dientes superiores siempre visibles.

Para los científicos, una de las piezas clave fue el registro dental prehistórico: los colmillos de los saurios no se quebraban como los de los cocodrilos. El esmalte de los dientes requiere de hidratación para que no se quiebre, como en el caso de los caimanes, que tienen los suyos siempre expuestos, incluso con las fauces cerradas. Aunque pasan gran parte del tiempo sumergidos bajo el agua, al analizar sus pronunciados y robustos colmillos se pueden ver fisuras y el deterioro en su superficie.

El trabajo de Reisz señala que este no es el caso de los dinosaurios, ya que los datos disponibles indican que de alguna forma debían de proteger y resguardar su dentadura, al ser su esmalte mucho más fino que el de los cocodrilos. El biólogo considera que los colmillos de los saurios tendrían que presentar una degradación muy característica si hubieran sufrido una exposición constante al entorno. Al compararlos con los de otros animales, con y sin labios, comprendieron que esos dientes no podían haber estado a la intemperie hace millones de años.

El autor principal del estudio afirma que incluso la forma en la que estaban rotos los dientes de los dinosaurios correspondía más a un tipo de mandíbula cerrada que expuesta. “Cuando uno observa algunas representaciones clásicas se da cuenta de que si de verdad esos dientes fueran como se ven en la cultura popular, los T-Rex no podrían ni cerrar la boca”, detalla Reisz. El paleontólogo desarrolla cómo en el estudio cotejan la morfología maxilar de los dinosaurios y llegan a la conclusión de que la fila superior de dientes aplastaría la inferior y la mandíbula se desencajaría. Es así cómo la investigación desecha la idea de unas fauces como las de los cocodrilos y traza una similitud entre la barrera bucal de labios escamosos, pareja a la de las iguanas y lagartos, como es el caso de los dragones de Komodo, uno de los descendientes más directos de los tetrápodos. “Sin contar a las aves que son el familiar más cercano vivo, pero que no tienen dientes”, matiza el científico.

No conforme con la revelación principal, Reisz abunda en cómo su investigación desmiente otro mito que se ha transmitido a través de la cultura popular: las muecas amenazantes de los T-Rex también serían imposibles. Con las reconstrucciones craneales, advierte el equipo, sus fauces no podían realizar gestos maxilofaciales como los que reconocemos a los mamíferos.

Al igual que ocurre con el plumaje que se incluye en la representación de ciertos dinosaurios, los labios parece que se van a quedar en las imágenes científicamente rigurosas. Los autores explican que el estudio servirá para hacerse una idea de cómo fueron las dinámicas bucodentales o la alimentación de los dinosaurios, además de mejorar el conocimiento sobre la reconstrucción de los tejidos blandos en la excavación de los yacimientos.

“La anatomía del cráneo apunta a unos colmillos en su justa proporción, similares a los de un gato; esto hace que se vean menos monstruosos y nos da una imagen más natural de los T-Rex”, sostiene Roisz. Aunque consciente de la desmitificación, sentencia: “Continúan siendo unos temibles depredadores”.

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